Hay fotografías que tienen su propia historia…
Cuando quieras fotografiar una montaña, sepárate de ella y obsérvala desde tantos flancos como puedas. Después, dispara.
Esto mismo me dije cuando me disponía a fotografiar la Maroma, el techo de Málaga.
Está claro, que si queremos filmar o fotografiar la inmensidad de una montaña como ésta, no podemos estar en ella y tendremos que separarnos para aumentar el campo de visión.
Aunque conocía el sitio de haber subido varias veces a la cima, no tenía referencias directas de cómo se ve desde la distancia, en concreto la cara sur que era lo que me interesaba. Podía coger el coche e irme a dar vueltas, por las carreteras y montañas hasta encontrar algún sitio para hacer esta fotografía, pero lo que hice fue explorar la zona previamente con un mapa topográfico, marcando varios posibles puntos que estuvieran a una altura adecuada y donde nada interfiriera en el plano que quería hacer. Además también investigué la previsión del clima, buscando las condiciones que me interesaban. De esta forma me hice una idea más completa de lo que me podía encontrar cuando finalmente fuera a la localización.
Teniendo en cuenta la posición del sol y la calidad de la luz, las horas elegidas fueron las más extremas del día, es decir, al amanecer o al atardecer, para tener una luz rasante que dibuje el espectacular relieve de la Maroma en su cara sur y sus impresionantes cortados.
Ya con este trabajo hecho, una tarde, me situé sobre una de las equis marcadas en el mapa, una hora antes antes de que desapareciera el sol. Había nubes y claros, tal como decía la predicción, pero más nubes de las que se esperaban y la mayoría estaban sobre la cima de la montaña, por lo que no se veía nada más que nubarrones. Como las condiciones no me permitían hacer la foto que quería, me fui hasta otra de las equis que había marcado en el mapa. Quedaba media hora para que se escondiera el sol, puse la cámara en el trípode esperando que se despejara un poco la cima. No hubo suerte. El sol se fue antes de poder verla. Al menos, los puntos de vista que había elegido eran válidos, aunque mejor el segundo con un encuadre más limpio…
…pero para otro día.
Esto no es como estar en el estudio donde puedes controlar todo. Después de haber estudiado la situación muy bien, puede surgir cualquier inconveniente que te fastidia el plan, y así fue como pasó.
No era el momento de venirme abajo. Así que, después de haberme quedado tan cerca de lo que buscaba, decidí volver al día siguiente. Al amanecer.
Madrugón, carretera y al mismo sitio de nuevo. Todavía faltaban 20 minutos para que apareciera el sol, cuando ya tenía la cámara sobre el trípode. Se veían bastantes nubes, pero también mucho viento, y se movían rápido. Pensé que se podría repetir lo del la tarde anterior pero las nubes estaban más altas, por encima de la cima de la Maroma. Sólo era cuestión de que otras nubes no taparan el sol cuando saliera, para poder captar los buenos días del astro.
Todo estaba azulado cuando apareció el primer rayo de sol, cálido en la mañana fría, entre las nubes, mostrando toda la belleza que tenía ante mí.
Fue entonces, el momento de disparar.